miércoles, 2 de febrero de 2011

ATARDECERES

Miedo es lo que sentí aquella noche, cuando oí aquellos gritos en la habitación de al lado. Por lo que mi madre me contó, estaba vacía, pero pude comprobar que no con mis propios ojos.
Entré, y vi una silueta humana escondida en la oscuridad. Era muy peluda, y de grandes dimensiones. Sus manos acababan con unas uñas afiladas, y desprendía un olor putrefacto. Quise acercarme para observarla mejor, pero mis piernas no querían moverse. Esa cosa empezó a caminar cautelosamente hacia mí. Entonces lo ví a la luz del pasillo. Quise gritar, pero tenía un nudo en la garganta. De repente aparecieron dos más; una pequeña y flacucha y otra grande y robusta. Salí corriendo de aquella pesadilla hecha realidad. Fui a despertar a mi madre, pero la cama estaba vacía.
“¡Espera, no te muevas!” Pensé por dentro preocupado al notar una presencia bastante extraña cogiéndome de la mano. Apretó sus uñas sobre mi piel haciéndome una profunda y dolorosa herida.
Los rayos del sol, penetraron por la ventana. Se oyó un fuerte ruido, y, seguidamente, las voces de mi familia.
Un mes después, la herida había cicatrizao, y no tenía más que una pequeña marca rojiza en la palma de mi mano. Mi madre comenzó a hacerme preguntas sobre lo ocurrido aquella noche. Parecía muy interesada, demasiado incluso, y llegué a pensar que podía saber más de lo que contaba. Mis respuestas no fueron satisfactorias para ella,aunque tampoco quise revelar demasiada información.
Aquella noche, no pude dormir. Me quedé tumbado en la cama, mirando al techo y pensando en todo lo ocurrido. ¿Qué eran? Por más que lo pensaba, no le encontraba respuesta. Pero entonces, sucedió.
Volví a escuchar esos gritos al otro lado de la pared, pero no me asustaron. Oí mi nombre entre ellos, y cada vez se hacía más fuerte. Tenía curiosidad, y estaba excitado. Me levanté de la cama y fui decidido, sin miedo alguno. Al abrir la puerta, la potente luz de la luna se clavó en mis ojos. Empecé a cambiar, mi cuerpo se ensanchó y se llenó de pelo. Un rugido feroz salió de lo más profundo de mi pecho. Comenzaba la caza.